Condenar a alguien a morir es inútil. Es fácil comprender que en ningún momento la pena de muerte ha logrado acabar con los hechos que viene a castigar. Solo cambian los actores; las acciones punibles para las cuales se aplica la pena… persisten, e incluso se incrementan.
Ejecutar a alguien con soporte legal resulta contrario al derecho a la vida, por tanto es una acción contraria al Derecho, mayoritariamente inspirado en el respeto a la existencia (en este caso humana). Y no vale argumentar justicia por una u otras muertes y matar por ello, porque no es justicia eso, sino venganza.
La venganza es reacción emotiva, no está muy dotada o nada dotada de razón. Tiene la naturaleza de la naturaleza… es decir primaria, y no vale hablar de emotiva condición o naturaleza humana cuando se habla de Justicia y de Derecho, porque es la razón la que nos viene llevando, permitiendo avances sociales y niveles de pacífica coexistencia que la emotividad sola no permite, precisamente por primaria.
A Sadam Husein y a los dos colaboradores condenados con él se les mata para nada. Porque los abusos de poder no comenzaron con ellos, ni acabaran cuando ellos “acaben”. Porque el crimen selectivo es norma de guerra que en todas se aplicó y, mientras existan, se aplicará. Porque quien apoya la condena y la desgraciada y sangrienta farsa de la democracia en Irak tiene, también, un amplio historial delictivo en atentados contra la libertad y los derechos fundamentales de los individuos y los pueblos. Porque a tantos otros dictadores se les ha permitido trascender naturalmente sin condena alguna… porque así ha convenido.
La pena de muerte es inútil, y la pantomima de justicia que representa… trágica y repugnante a la razón.
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